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lunes, 12 de marzo de 2012

La historia más bonita jamás contada

En el invierno de 1887, el polaco Zamenhof, más conocido como Esperanto (traducido algo así como esperanzado), transformó los ligeros e inquietos movimientos de sus manos en una lengua. El idioma acogió con orgullo el nombre de su creador. Se trata de palabras artificiales, inventadas con un único objetivo: que todo el mundo pudiera hacerse entender. A decir verdad, Zamenhof no consiguió hacer realidad tan bonito deseo. Pero, a cambio, unió de por vida a una polaca y a un español.

Esta historia real pronuncia con cuidado las palabras de érase una vez, que inician todas las historias, en un idioma a medida, en una lengua creada casi para ellos. Corría el año 1943 cuando un español, de cualquier ciudad, y una polaca, de un poblado frío, decidieron inscribirse en un Congreso de Esperanto. Ella lo hacía iluminada con una vela y él al amparo de una lámpara eléctrica. Me los imagino así, pero cada uno puede verlos como quiera, ya que los detalles son imposibles de conocer.

El encuentro, que se celebró en un lugar cuyo nombre no importa y en una fecha previa al fin de la segunda Guerra Mundial, y, quizás también el destino, permitieron que el español y la polaca se vieran frente a frente. Fue la primera vez que sus miradas se cruzaron, pero no sería la única. En los días posteriores al congreso, sus ojos hablaron en silencio en sueños. También lo hicieron sus manos.

Un día, él se despertó sobresaltado. Y decidió escribirle una carta en esperanto, simplemente por el placer de saber de ella. La chica, cuando vio el sobre en su buzón, no pudo sentirse más feliz. Europa estaba sumida en la oscuridad, pero su sonrisa hubiera sido capaz de iluminar el mundo entero. La correspondencia entre ambos se hizo cada vez más frecuente. Más íntima.

Al cabo del tiempo, en una fecha en que lo único que se sabe con seguridad es que la Guerra había terminado, ella aceptó su propuesta, se casaría con él. Su amor es lo que le impulsó a recorrer gran parte de las vías ferroviarias europeas, aún cuando los controles de seguridad hubieran asustado al hombre más valiente. Pero su corazón fue más fuerte. Todavía habla esperanto todas la noches con aquel hombre.


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