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domingo, 13 de enero de 2019

El infierno de los propósitos del nuevo año

Este año he hecho mi propia lista de propósitos. Los he dividido por áreas temáticas: salud, trabajo, dinero... Tengo un extraño apartado que he titulado Nuevos Retos. ¿El amor? Ni siquiera lo he incluido, quiero ser realista. En cada división he escrito a mano los objetivos que tengo y junto a cada uno de ellos he añadido un par de líneas describiendo cómo puedo alcanzarlos. Estoy segura de que este va a ser mi año.


La idea de hacer un listado comenzó una mañana en la que fui al médico como consecuencia de mis eternos dolores de barriga. La doctora me hizo una ficha muy completa en función de las respuestas que yo contestaba a las preguntas que me hacía.

- ¿Cuánto bebes?
- Dos copas, cuando salgo de cena.
- ¿Con qué frecuencia?
- (……) Aproximadamente dos veces a la semana.

Trola enorme. Voy de cena o tengo planes mínimo cuatro días por semana. Y, no, no me tomo dos copas de vino. Suelen ser cuatro o cinco, más un chupito (que son muy digestivos) y alguna copilla. Soy fácil de convencer, no puedo decir lo contrario. Siempre estoy con la penúltima en la mano.

Decir esa mentirijilla en voz alta me ayudó a darme cuenta de que no quería beber tanto. Y mi maravillosa solución para acabar con el problema fue realizar mis propósitos de 2019 donde he plasamado todo aquello que no me convence y que me gustaría cambiar.

Desde entonces vivo agobiada y, lo que es peor, apenas he avanzado un 1%. De hecho, hay gente que dice que me está cambiando el carácter... Eso sí, llevo ya más de una semana sin beber...

Estoy por quemar el listado. Se me ha ocurrido que quizás sucede como con el inventario de Nochevieja, ese en el que escribimos todo lo malo y que a continuación arrojamos a las llamas con cierto cuidado para que no arda la casa. Quizás así se cumplan de un plumazo.

lunes, 7 de enero de 2019

Papá

Me lo dijiste muchas veces: ¿Por qué no inventas una historia a partir de alguna de mis fotografías? Este año, tus imágenes han inspirado muchos de mis textos. Las he visto en bucle, bajo la luz de la luna, los días de tormenta, en otoño y en invierno. Me consuelan porque ahora son un refugio. Cada una a su manera se ha convertido en el mejor legado. Siempre están, nunca se acaban.

Me gustaría compartir el texto que leí en el homenaje que te hicimos en Asafona. Inspirado en tus grullas, en tus puentes, en la nieve, en los países que visitamos juntos... En definitiva, en todo lo que quisiste y que solo porque tú lo quisiste entonces, me gusta a mi también.

A veces me pregunto: ¿de cuántas fotografías se compone una vida? Las personas retratamos continuamente el presente para que el pasado permanezca intacto. Cada diapositiva representa un fragmento crucial en la trayectoria de cada uno de nosotros. Actúa como hilo conductor y la narración varía según el espectador. En la mía: veo un niño con traje de marinero de la mano de su padre durante su primera Comunión. En otra contemplo una pareja el día de su boda. Ella luce el pelo ondulado y traje de chaqueta, un atuendo poco corriente paras las celebraciones de aquella época. Él lleva pajarita, la única que se pondría en toda su vida.

La tercera está protagonizada por tres hermanos en edad adulta que hacen burla a la cámara ante la desesperada mirada de su madre. Clic: un profesor explicando a un grupo de alumnos adolescentes que la clave de una buena imagen siempre siempre está en la luz o en la ausencia de ésta. Un grupo de amigos en plena excursión en cualquier montaña del Pirineo, el lanzamiento de fuegos artificiales la Nochevieja de un año indefinido, un padre que sostiene por primera vez a un bebé en la palma de su mano...



De la unión de esas y otras muchas imágenes, junto a las anécdotas que compartís con frecuencia muchos de los que estáis hoy aquí, surge una historia única: la vida de Carlos Pina.
La última escena que he relatado es para mí un recuerdo escuchado, pero es la imagen que yo he elegido para encapsular la felicidad, suponiendo que fuera posible preservarla y guardarla en una caja. Ahora ya sé que los recuerdos, al igual que el dolor, son intransferibles.
Nunca hubiera imaginado que solo 32 años después de ese primer encuentro estaría en la sede de Asafona, un espacio al que vine con él y con mi madre en varias ocasiones a ver exposiciones, buscando las palabras adecuadas, si es que existen, para decirle adiós. Fue en este lugar en el que exhibió por primera vez algunas de sus imágenes favoritas: la de una mariposa retratada con un objetivo macro o la de un inhóspito paisaje helado islandés.



La realidad es que no recuerdo el motivo ni el momento exacto en el que comenzó a captarlo todo a través de un objetivo. Puede que descubriera que la memoria es demasiado frágil, que las personas modificamos sin querer los recuerdos y los adaptamos a nuestro antojo. Contra ese olvido no hay nada mejor que la fotografía y su legado digital se erige como un material extraordinario. Muestra de ello fue la exposición La mirada calculada del pasado mes de mayo o estas jornadas dedicadas a la naturaleza en las que participa a título póstumo gracias a todos vosotros.

Dudo que imaginara que su afición por la fotografía tendría un progreso tan rápido. Allí reside la gracia de la vida, hubiera dicho, no saber qué es lo que sucederá mañana. A lo que hubiera añadido: así que siempre vive, corazón, y haz lo que te dé la gana. Quizás por eso tuvo la osadía de empezar. Se volvió autodidacta. Ojeo libros, se suscribió a blogs y plataformas especializadas y practicó durante horas. Con su cámara colgada al hombro, recorrió montañas, ciudades y pueblos; y tuvo la paciencia de esperar el segundo adecuado para plasmar en cada instantánea su visión del mundo. 



Creo que sería justo decir que si no fuera por sus fotografías conoceríamos mucho menos a Carlos. Con cada una de ellas nos ayudó a redescubrir lo cotidiano, a convertir lo sencillo en extraordinario, a transformar la monotonía en una aventura trepidante. Nos enseñó que, a veces, para transmitir la belleza de una flor es necesario sacrificar el resto del paisaje. Pero sobre todo nos permitió ver el mundo a través de sus ojos y explorar nuevos horizontes desde el corazón de nuestra casa.

Ser la primogénita me otorga el privilegio de cerrar este bonito acto. Al igual que me permitió ayudarle a seleccionar las fotografías adecuadas para cada muestra, realizar con él un ranking de favoritas para presentar a los concursos o encontrar la fotografía adecuada para regalar a cada uno de vosotros. Y como él no está, me gustaría haceros un regalo en su nombre. Vamos a hacer un pequeño ejercicio: cerremos todos un instante los ojos. Propongo que cada uno tome su propia imagen de este evento y que después la guardéis en vuestra memoria para que su recuerdo siempre esté presente.



¡GRACIAS A TODOS LOS QUE HABÉIS HECHO POSIBLE 
ESTOS HOMENAJES TAN BONITOS!