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domingo, 4 de septiembre de 2011

Para que no me dejes

La historia comienza en un baño. Quizás no es el lugar más adecuado para empezar a relatar algo. Pero así sucedió.

Uno debe imaginar los lavabos de un colegio de primaria. Puede ser que estuvieran adornados con colores alegres. Bastante limpios, teniendo en cuenta que la señora de la limpieza acababa de dejarlos como una patena a primera hora de la mañana. Es el momento del recreo y dos niños de seis años sacrifican su almuerzo y los juegos por una conversación en el baño.

Ella lleva un vestido rojo hasta las rodillas y unas medias de color gris. Su lazo en el pelo, del mismo color que el vestido, destaca en su melena morena. Él, algo más alto que ella, lleva un pantalón de pana, lo que hace pensar que estamos en pleno invierno o por lo menos es un día frío, y un jersey de cuello alto color azul, uno de sus favoritos. Su pelo rizado luce despeinado y en su cara todavía quedan algunas legañas. Le cuesta levantarse tan temprano y abandonar el calor de su edredón.

Los niños apenas hablan. Se miran, se sienten y dejan pasar el tiempo. Sonríen y les llega la vergüenza. Hasta el momento en que ella no puede más y le dice: "Ya no quiero ser tu novia". Y el niño le regala unas canicas. "Para que no me dejes", argumenta.

La campana vuelve a sonar y los niños tienen que volver a clase. Mañana será otro día de colegio y ellos seguirán siendo amigos porque con seis años que a uno le dejen todavía no duele.


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