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domingo, 18 de septiembre de 2011

43

Flores. Faltan las rosas. Blancas, puras, pensaba para sus adentros. El día que todo el mundo dice es el más feliz de tu vida se celebró sin rosas porque no llegaron a tiempo. No llegaron nunca. A la dependienta de la floristería, ubicada en la calle paralela a su trabajo, se le traspapelo el envío.

Las damas blancas, encargadas especialmente para el enlace, varias semanas atrás, fueron sustituidas por flores silvestres gracias a los contactos de un amigo. Pero llegaron demasiado tarde, al igual que el novio. No sucedió lo mismo con el amor que se tenían. Se marchitó a los días.

Ella, al principio, le miraba con ojos dulces. Después con ojos morados. Con la costilla rota, el estómago encogido, un nudo en la garganta y el alma, pequeña, muy pequeña, vagaba por el suelo.

Cuando se trasladaron a esa casa de barrio, unos meses antes de casarse, ella siempre la veía luminosa. Pero ahora en el edificio no entraba la luz. Lo cubrió la sombra.

Cuando un día invitó a una amiga a tomar café con pastas se le cayó al suelo la taza. Se rompió en mil pedazos, igual que se había roto su corazón mucho antes. Cuando se agachó a limpiar el desastre de la vajilla, y el suyo propio, su amiga descubrió un gran moratón en su costado izquierdo.

Le intentó convencer. Pero no pudo ser. El miedo vence, casi siempre, en los momentos más inoportunos.

P.D. El título del post de hoy no es casual. Hasta la fecha 43 mujeres han fallecido en manos de su pareja.


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