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miércoles, 15 de junio de 2011

Huertas de verano

Las huertas no es que sean sólo para el verano. Y menos en Madrid, que con el calor que hace se echa todo a perder. Pero aún así me arriesgué y en la época estival, de la temporada 2010, me convertí en jardinera. Sí, por unos meses. Me puse un gorro de paja y, con una espiga en la boca, y un espantapájaros comencé a sembrar los campos. Bueno no, sólo volví a comprobar que me parezco bastante a Eduardo Manos Tijeras. La planta murió. Y eso que cuando veo una planta suelo hablar con ella, dicen que crecen más. Incluso le ponía música. Y le daba mimos, que hasta les he dado un beso de buenas noches bajo la luz de las estrellas. Y con la luna de testigo. Y hablaba de ella en la oficina.
Pero me dejó. Conclusión: Faltaba el agua. Y sobraba sol.

En realidad mis hectáreas de campo se reducen a la tomatera que cuide el año pasado, cuyas medidas se reducen a centímetros. Todo con la ilusión de poder aprovechar en algún momento los tomates para mis ensaladas. Y que el ministerio de Agricultura me diera alguna subvención como la que le daba a la Duquesa de Alba. Aunque, tras verlos crecer cada día, bajo el sofocante calor, me rajé (me salieron dos). Como cuando ves los centollos en las peceras y pones un dedo condenando con ello a algún ejemplar a una muerte segura. Y a ti a un buen empacho. Y yo con mis tomates quería tener la conciencia tranquila. Que luego me veo corriendo por el pasillo de casa perseguida por un bote de Ketchup.


La historia de comenzar una huerta de ciudad no fue mía. Me la propuso una amiga: "cuídala", se despidió antes de comenzar sus vacaciones de verano y tras darme algún consejo. Espero que no fuera una prueba de amistad. Ese préstamo era como dejar un lobo al cuidado de una oveja. Ella sabía mis antecedentes: la muerte llegó hasta un cactus. Un caso que todavía está siendo investigado por todos los expertos de CSI. Telecinco se ha quedado sin trabajadores, los tienen todos en mi invetigación.

La historia es que no me importaría volver a desarrollar mi lado de campesina. Además, esta vez prometo acordarme de regar.

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