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martes, 15 de marzo de 2016

Los límites del bien

Las personas hacen lo que pueden. A veces, es poquito. Cada habitante de la Tierra equivale a un grano de arena del desierto del Gobi o a una gota de agua del Mar del Norte. Así que su margen de maniobra para cambiar los asuntos que conciernen al mundo es bastante escaso. A pesar de esa dificultad inicial, que invita con fuerza a dejarlo todo al azar de las grandes corporaciones, de las facturas y de la telebasura, existen personas que se comportan con decencia, como es el caso de una ciudadana danesa y su marido, quienes ayudaron a una familia de refugiados sirios a cruzar la frontera. Les invitaron a sentarse en su misma mesa, les sirvieron leche templada y les ofrecieron galletas. Una propuesta bastante aceptable si tenemos en cuenta que toda la familia llevaba días caminando bajo la lluvia y que previamente se habían quemado con el sol. Sin embargo, esta pareja cruzó la raya del bien, que no la del mal. Uno puede dar una limosna a un mendigo que se encuentra en una Iglesia, pero jamás debe invitarlo a su casa. Los telespectadores se alarmaron cuando el pequeño Aylan pereció ahogado en una playa, pero no se inmutan cuando los niños pasan las noches en tiendas de campaña que flotan en el agua como consecuencia de las lluvias torrenciales. Se recomienda reciclar, al final es un gran negocio para ciertas empresas, pero no es aceptable utilizar placas fotovoltaicas para mantener una casa caliente. Simulan una libertad que no puedes expresar con palabras desde que se aprobó la Ley Mordaza. Las personas deben comportarse con decencia, pero no con demasiada. De lo contrario, la pirámide no aguanta.

La luna con el arcoíris. Esta imagen representa la frase de los niños: "Te quiero hasta la luna"

Escuché una vez que todas las buenas personas acaban en la cárcel (o en su defecto pagando multas elevadas) porque la legalidad y la moralidad coinciden en contadas circunstancias. El concepto del bien, que aprendimos en el colegio que pertenecía al grupo de los incontables, tiene que respetar el status quo. Al igual que el bien, el miedo a la muerte se mide en una escala de cero a diez. Ni siquiera las madres pueden tener un amor infinito por sus hijos. Ni los niños pueden querer a sus abuelos "de aquí hasta la luna". Porque si todo se puede medir, significa que tiene un límite. Y allí nos encontramos de forma egoísta, en la frontera del bien en la que pocos dramas se divisan. La suela de los zapatos está rozando la línea, pero no nos atrevemos a alcanzar la decencia.

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