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domingo, 16 de junio de 2019

Una llamada tuya


En un pequeño pueblo al norte de Japón, un joven instaló una cabina telefónica en lo alto de una colina. Dentro colocó un viejo teléfono negro desconectado que utilizaba para llamar a un familiar que había fallecido. Creía que él respondía desde el otro lado de la línea, pensaba que todavía podía confesar todo lo que no había sido capaz de decir en vida. Vuelve, por favor. 

Después del tsunami que arrasó el país en el año 2011, las peregrinaciones a esa cabina, que se encuentra en un lugar desde donde se contempla la inmensidad del océano Pacífico, se intensificaron. Las personas pensaban que las palabras de esas conversaciones fantasma ayudaban a recordar las vidas que comenzaban a ser olvidadas. 

Cuando falleció mi padre no me pude resistir y, en un par de ocasiones, marqué su número de teléfono, a pesar de ser consciente de lo absurdo de la situación. Solo quería saber qué estaba haciendo. Decirle que le echaba de menos, que me daba miedo olvidar su voz. 

En 1837, Morse inventó el telégrafo, un aparato que supuso toda una revolución en el campo de la comunicación. La idea surgió cuando perdió a su esposa. El inventor se enteró de la triste noticia una semana después. Fue ese retraso el que le impulsó a crear un sistema de comunicación inmediato. Tiempo después, el telégrafo dio paso al teléfono; y este cedió el testigo a los móviles, unos aparatos que permitían hablar desde cualquier lugar del mundo. Eso sí, al principio casi a un euro por palabra.

Este año la plataforma de mensajería instantánea WhatsApp ha vuelto a ser la más utilizada. Una realidad que se evidencia en los miles de individuos obsesionados con las pantallas. Interactúan con los amigos de las redes sociales, pero son incapaces de mantener una conversación profunda en una cafetería o de hablar con un desconocido en el autobús, pese a que la ciencia dice que interactuar con extraños nos hace más felices.



El mejor ejemplo de esta nueva era lo resumía ayer una amiga: "Creo que si te acuestas con alguien, le puedes llamar por teléfono". Pues sí, sería lo normal. Pero, por desgracia, en este mundo digital es mejor enviar un emoticono. De hecho, algunas personas han llegado a confesar que las llamadas invaden su espacio personal. La solución a este paso va a ser no hablar. No vaya a ser que al final lleguemos a conocernos, aunque solo sea un poco. 


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