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domingo, 25 de octubre de 2015

No a la guerra

Los ciudadanos perdieron la voz el año 2003. La consigna era la misma en todas las ciudades de España: No a la guerra. El sentimiento antibélico estaba presente en todos los rincones, actuó como nexo común. Entonces, todavía estudiaba Filosofía en el instituto. Pero recuerdo que ese año, un día a la semana, alumnos y profesores íbamos juntos a las manifestaciones con la esperanza de evitar una nueva Guerra. Supongo que unos eran más conscientes que otros de lo que significaban las balas. En España, por suerte, mi generación nunca ha vivido una Guerra en la que los aviones bombardean hospitales de Médicos Sin Fronteras.

Cuando era pequeña, en mi colegio recogían material escolar para los niños de un colegio de Mostar. Mi profesora traducía los sentimientos de los 25 alumnos de la clase y los plasmaba en una carta que enviábamos sepultada entre lápices y cuadernos. El objetivo era conocer cómo era la vida de esos niños de aquella lejana ciudad que había sido bombardeada sin piedad. Las respuestas, no las recuerdo. Lo único que tengo en la memoria es que cuando Paquita, nuestra profe, leyó, con un nudo en la garganta, el párrafo de una de las cartas en las que su homóloga hablaba del puente de Mostar, la clase se quedó en un silencio sepulcral. Y algunos alumnos empezaron a llorar.

Pocos días antes de que el sol de primavera asomara en aquel olvidado año de 2003, los presidentes Bush, Blair y Aznar se reunieron en la bautizada cumbre de las Azores, donde reafirmaron la existencia de que el régimen, como ellos lo llamaron, escondía armas de destrucción masiva por todo el país. Lo que callaron fue mucho. Nunca dijeron que los daños colaterales de esa Guerra serían miles. Niños, hombres y mujeres perdieron la vida por un miedo abstracto de Occidente. Por una pesadilla inventada por los conservadores, cuyo objetivo era catapultarse al podio y colgarse la medalla de garantes de la Libertad. Un premio que otorga muchos votos. Pero cuyo resultado fue, en realidad, la creación de organizaciones como Al Qaeda o Estado Islámico.


En plena era digital, en una entrevista a la cadena CNN, Blair pide perdón por la invasión a Irak y asume las consecuencias que colean en la actualidad, véase la situación Siria, derivadas de esa Guerra que el mundo intentó evitar. El británico también se disculpó hace unos años por aceptar pruebas erróneas de sus servicios de inteligencia. O por no escuchar ni valorar otros datos que desmentían la existencia de las armas fantasma.

A mí, unas horas después de esas declaraciones en la CNN, me viene a la memoria el señor Aznar convenciendo al electorado de la necesidad de bombardear Irak, justificando el horror, que mi clase de primaria comprendió cuando hablábamos de aquel puente, que es una Guerra.





Todavía no le he escuchado disculparse. Tampoco he escuchado ningún rumor de que se les vaya a juzgar y condenar por esos crímenes. Lo único que escucho son las consignas de No a la guerra, los gritos de paz de las manifestaciones que tuvieron lugar durante aquella sangrienta primavera.

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