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sábado, 17 de noviembre de 2012

Ella, libre esclava

Una fuerte ráfaga de viento abrió la puerta de la casa. Ella remendaba unos calcetines. Apoyó con cuidado la labor sobre la mesa. Observó que en el exterior las hojas de los árboles danzaban. Entornó la puerta. Volvió a sentarse. Se puso las gafas que siempre olvidaba utilizar. Gajes del oficio. Suspiró. Siguió trabajando. Era costurera. A ratos. Bostezó. Se le marcaban las arrugas. 48 años. El sueño se apoderaba de ella. Cerró los ojos. Imaginó. Recordó. Tres partos: dos niños y una niña. Con la tercera cabezada, llegó la solución: Decidió prepararse un café.

Cuando terminó la amarga bebida, se lavó la cara. Se peinó y se maquilló. Cambió la bata de casa por unos pantalones ajustados. En el espejo vio lo siguiente: Un buen escote que realza unos pechos resignados. Gotas de Chanel número 5, el de mercadillo. Salió a la calle. Perdón. Falta a la verdad. No está orgullosa, pero no le importa. Salió a hacer la calle. Quiere comer.

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