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domingo, 3 de mayo de 2015

Que la sequía tarde en llegar

Cada arruga de su rostro fue engendrada por una preocupación. El surco central de su frente, el más profundo de todos y el más reciente, se formó con una palabra: Europa. Él la escuchó como si fuera lluvia. Cuando su hijo la repitió, la oyó a través del aire que aspiraba de un viejo cigarrillo de liar, porque el cáncer no le preocupaba, pero sí le asustaba la manera en que su hijo veía la mar.


El día que el joven marchó, él le miró a los ojos sabiendo que sería la última vez que lo haría. Le apretó fuerte la mano y le deseó suerte, aunque sabía que ésta nunca viaja en barcos pesqueros, sino que lo hace en grandes cruceros.


Ahora, sentado en la puerta de casa, maldice la injusticia de un mundo que ha dejado que su hijo muera ahogado. No ha visto las noticias porque no tiene televisión, pero su corazón le dio un vuelco a las 3 de la madrugada, en el momento exacto en que la barca se hundió y su primogénito, junto con unas 700 personas más, desaparecieron en el mar. Solo espera que la época de sequía tarde en llegar. La suya ya le pesa demasiado.

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