Para mí, aire acondicionado es la palabra del verano. Mi talismán.
Me gustaría que mi vocablo favorito estos días fuera vacaciones. O avión,
playa, montaña, pasaporte, billete, hotel, estación… Un sinfín más de nombres,
adjetivos, adverbios, también verbos, que se relacionan con esta época del año,
con la desconexión total.
Apostaría entonces por apagar el móvil y no consultar el
correo, olvidarme de revisar los mensajes del buzón de voz y huir del asfalto
que me asfixia. Pero, me quedo en la ciudad. Me quedo sin vacaciones.
Mi premio de consuelo
es el aire acondicionado y que podré encontrar sitio en las terrazas para
tomarme algo sin tener que pegarme con nadie, algo que no sucede el resto del
año.
Por ello, quiero hacer un llamamiento a mis contactos para
que me dejen de dar envidia con sus viajes, sus días panza arriba al sol. No
quiero que me hablen de sus paellas en la costa levantina, ni de su bronceado. Pero, lo que menos deseo es que me enseñen las 800 fotos del
viaje. Esto no es por envidia, sino por aburrimiento. No lo soporto. Tampoco me
gustan los vídeos que enseñan hasta los lavabos de los hoteles. Ni la imagen de
los niños tirándose a la piscina y lloriqueando por un helado.
Lo bueno de quedarme en la ciudad es que no voy a engordar,
porque no voy a ser partícipe de esas comidas cuyo objetivo es reventar para,
después, tirarse durante horas en la hamaca. Tampoco voy a tener que contestar
preguntas impertinentes. Estaré a mi ritmo, seguiré los latidos de la ciudad desierta.
Sin prisas y sin agobios. Y sin gente.
Muy bueno
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