Parte 1
(Narrada por él)
No encuentro
mi paquete de tabaco. Esta mujer no hace más que esconderlo. Desde que lleva la
criatura en el vientre está más pesada que nunca. No me deja fumar, tampoco
beber. Como siempre llego tarde, menos mal que El pelos, con su cara de embobado,
llega siempre el último. Van a flipar con la noticia.
Voy a ser
padre. Lo que supone cambiar las copas por pañales. No dormir por las noches. Ahora
que trabajo tantas horas para poder irme de viaje. Además, al final siempre
elige ella. El año pasado se le metió Grecia entre ceja y ceja, y allí que
fuimos. Con el crío, se acabaron las vacaciones.
“Me voy, te
veo luego”, grita, y cierra la puerta antes
de escuchar su respuesta. Sin percatarse de que ella ya no estaba en casa.
Parte 2
(Narrada por ella)
Le observo
desde el sillón de la habitación mientras duerme abrazado a la almohada. Es la
última vez que vigilaré su respiración. No quiero verle. Tampoco quiero que me despierte
con su olor a alcohol después de su juerga con los amigos del colegio. Ni que
me acaricie con sus ásperas manos. Prefiero tocarme yo, me conozco mejor.
Me he tomado
la libertad de fumarme un cigarro que he cogido de un paquete que arrojó al
suelo cuando llegó a casa antes de dejar toda la ropa tirada por el suelo. Hago
dibujos abstractos con el humo. En mi mano derecha tengo una copa cargada de
vino blanco que bebo a pequeños sorbos.
El médico me
recomendó no fumar ni beber durante el embarazo. Pero yo no quiero este niño.
No sé el porqué de esta rabia, ni de este odio. Tengo ganas de golpearme la
tripa. De empezar a sangrar. De perderlo de mi vista. Me gustaría arrojar la
copa al suelo y ponerme a gritar. Pero no puedo, porque él está durmiendo. Yo me pregunto, si tanto le gustan los niños,
¿Por qué no se lo queda él?
Sabía que no deseaba ser madre. “No lo quiero”, susurra, mientras se acaricia la tripa.
Parte 3 (Voz
en off)
Tras
observar cómo roncaba, la mujer apagó la colilla en un cenicero. Apuró de un
trago su copa de vino barato. Le dio un beso al hombre de la cama, sin
demasiada pasión, como si fuera un gesto de rutina. Le dejó una nota en la
mesilla situada en el lado derecho de la cama.
La mujer se
pintó los labios de color rojo. Se abrochó el cinturón de la gabardina. Agarró
con su mano derecha una maleta, también roja, y con la izquierda un billete de
avión a Londres.
P.D. Con las
tonterías de Gallardón volvemos al siglo XV. También a las clínicas
clandestinas, lo que supone un gran riesgo para la salud de las mujeres. Señor
ministro, no es fácil tomar una decisión de semejantes características porque
las primeras afectadas son las mujeres. Usted no puede decidir sobre nuestros
vientres.