El caso es que me voy unos días fuera de Madrid de fiesta con unas amigas. Y ya empiezan el problema más importante: ¿Qué disfraz ponernos? Puede parecer simple, pero resulta bastante más costoso que escoger el traje de novia. No, nunca me he puesto un traje de novia. Pero en esos casos te suelen pagar el vestido, ya sabes que tienes que ir de blanco, vas a ir guapa y no llevas la cara pintada.
Pues eso, que ya estábamos con la brainstorming (queda más internacional, aunque vayamos a una ciudad pequeña) y salieron los típicos atuendos: movida madrileña, marineras, galletas, fichas de parchís... Todo muy visto. Lo importante en Carnaval es ser original, dar un paso más. Con las propuestas de los disfraces nos dimos cuenta también de nuestras limitaciones.
1. Barato que se traduce en que lo tendremos que hacer nosotras mismas. Opción B: pedirle prestados unos trajes a Camps que seguro que no le importa que tiene muchos. De hecho, le hacemos hasta un favor si se los quitamos de en medio.
2. Que no llevemos la cara pintada. Normal. Si el maquillaje cuesta quitarlo a la vuelta a casa tras una gran fiesta, la cara entera equivale a pintar las sábanas. Además de ir perdiendo color cada vez que saludas a alguien con dos besos.

4. Que no sea típico: Este problema se resume en no ir ni de estudiante, ni de enfermera, ni de payaso... ya se sabe. Muy visto
5. Algo que se entienda: La gracia de un disfraz es que se sepa de qué vas y no tener que ir explicando uno por uno el tema. Ah!! ahora sí lo veo, dicen. (Nota mental: ¿Qué vas a ver tú con el ciego que llevas?)
En fin pues tras trescientas propuestas que si ir de negritas de gospel, de la movida madrileña, de renos( ¿? No sé, una idea más) o hasta de princesas de barrio, finalmente encontramos un disfraz perfecto para nosotras. No puedo desvelaros cómo es. Ya os he dicho que la elección es más complicada que la del traje de novia y seguro que si os lo digo alguien se copia y nos fastidia la idea.
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