El arte de mentir, como todo en la vida, se aprende de a poco. Yo comencé a mentir para conseguir helados. Siempre cada pequeña invención tiene un fin, por el contrario la mentira no tiene ningún sentido.
Cuando era pequeña sólo podía comer un helado al día. Pero en alguna ocasión salía de paseo primero con mi padre y luego con mi madre. El primero me compraba un helado. Y después salía a dar un paseo con el contrario. Y era el momento de asegurar que todavía nadie me había comprado mi polo, a pesar de que llevara toda la camiseta manchada del cucurucho anterior. Obviamente creo que no era una mentira, sino una pequeña concesión, una tregua entre mis padres, su tranquilidad mental, los helados y yo.
El arte de mentir, como todos los estilos de Arte, requiere saber qué se está dispuesto a ganar y qué a perder si en algún momento se descubre el hilo. Esto ocurre el 99% de las veces porque un secreto dicho a una persona es como colgar una pancarta en medio de la madrileña puerta de El Sol. Y las mentiras difícilmente se llegan a sostener toda una vida.
La invención de una realidad paralela requiere tener un plan B. La mayoría de la gente que lo hace es en su propio beneficio, no equivocarse. Aunque mucha gente se escuda en "lo hacía para protegerte". No hay nada peor. Lo único que tenemos las personas, lo único que nos van a dejar los políticos, es la capacidad de decisión, sobre nuestra propia vida y sobre nuestras actuaciones.
Estas obras discursivas teatrales se distinguen con frases ya hechas, preparadas, del tipo: "Te he echado mucho de menos, cuánto me alegro, es que no sabía cómo decírtelo". Lo más lejos posible se estén de ellas, mejor. Por eso es mejor remitirse a los actos que a las palabras. Como bien sabemos, las palabras se las lleva el viento.
Una persona que se decanta por este camino debe de tener muy claras las consecuencias. Y saber que con el arte de mentir también se puede perder.
Cuando era pequeña sólo podía comer un helado al día. Pero en alguna ocasión salía de paseo primero con mi padre y luego con mi madre. El primero me compraba un helado. Y después salía a dar un paseo con el contrario. Y era el momento de asegurar que todavía nadie me había comprado mi polo, a pesar de que llevara toda la camiseta manchada del cucurucho anterior. Obviamente creo que no era una mentira, sino una pequeña concesión, una tregua entre mis padres, su tranquilidad mental, los helados y yo.
El arte de mentir, como todos los estilos de Arte, requiere saber qué se está dispuesto a ganar y qué a perder si en algún momento se descubre el hilo. Esto ocurre el 99% de las veces porque un secreto dicho a una persona es como colgar una pancarta en medio de la madrileña puerta de El Sol. Y las mentiras difícilmente se llegan a sostener toda una vida.
La invención de una realidad paralela requiere tener un plan B. La mayoría de la gente que lo hace es en su propio beneficio, no equivocarse. Aunque mucha gente se escuda en "lo hacía para protegerte". No hay nada peor. Lo único que tenemos las personas, lo único que nos van a dejar los políticos, es la capacidad de decisión, sobre nuestra propia vida y sobre nuestras actuaciones.
Estas obras discursivas teatrales se distinguen con frases ya hechas, preparadas, del tipo: "Te he echado mucho de menos, cuánto me alegro, es que no sabía cómo decírtelo". Lo más lejos posible se estén de ellas, mejor. Por eso es mejor remitirse a los actos que a las palabras. Como bien sabemos, las palabras se las lleva el viento.
Una persona que se decanta por este camino debe de tener muy claras las consecuencias. Y saber que con el arte de mentir también se puede perder.
Sin duda, uno de tus mejores post!! Es un placer leerlo, aunque, por desgracia, parece que lleva bastante rabia contenida...
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