El silencio de los
cláxones, las luces de los semáforos y la contaminación atmosférica se observan
desde este puente. Puedo contemplar miles de coches que se desplazan hacia
ninguna parte porque aparcarán en el mismo sitio de siempre. El paisaje nada
tiene que ver con el lugar de donde vengo. El cielo lo cubren nubes de colores
flúor, como los califican en las páginas de las revistas de moda. No puedo
respirar. La gente no para. “No tengo tiempo”, gritan para hacerse oír. Tampoco
observan, ni escuchan, ni saborean, ni huelen y, mucho menos, sienten.
¿Quiénes
son los subdesarrollados?
Lleva mucho tiempo sin poder levantarse del sofá. Ya no se
afeita la barba. Está medio vestido con unos calzoncillos blancos, una
camiseta de tirantes, también blanca, comprada en un mercadillo y unos
calcetines desgastados. A su lado, latas de cerveza vacías. Está solo, al igual
que estuvo aquellos 100 días. En medio de esa nada, que se convirtió en
cotidiana. Era blanco de fuegos cruzados. “Intentan matar al mensajero”,
piensa. Aunque está aquí, él nunca logró volver.
¿Acaso se pueden olvidar los
horrores de una guerra si se cena Champagne en un restaurante francés?
P.D. ¿Qué se hace
contra la indiferencia? Escribir todavía mejor que la última vez que lo hiciste
(Consejos que son necesarios escuchar de vez en cuando). Quizás, el próximo
texto provoque un cambio… O puede que todo siga igual.
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