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miércoles, 1 de junio de 2011

Madrugar

Siempre he sentido devoción por aquellas personas que se levantan temprano. Digo devoción porque si fuera por mí no me levantaría nunca antes de las nueve y media de la mañana. Me gustaría confesar que preferiría despertarme, incluso, una hora más tarde, pero no quiero dar una imagen más perezosa de lo que soy. Aunque, antes de que algunos preciséis todo esto: sí, es cierto que algún día me he despertado a las doce de la mañana sin salir el día anterior y acostándome a una hora prudencial. Me gusta dormir ¿qué pasa?

Mi envidia por la gente que madruga es doble puesto que yo para ser persona, lo que puedo y me dejan, tengo que dormir un mínimo de ocho horas. De lo contrario paso la jornada sin pena ni gloria en un estado similar al de los sonámbulos.

El caso es que esta semana he madrugado. Inicialmente quería despertarme a las ocho y, para variar, he amanecido alrededor de las nueve. O algo más tarde. Con la idea de aprovechar el día al máximo, se me ha metido en la cabeza, lucho cada mañana con la alarma de mi despertador retrasándola cinco minutos más, que pueden llegar a convertirse en horas. Y es que a pesar de mi motivación no consigo salir de la cama, ya que en esos momentos no hay argumento suficiente que consiga separarme de mis sábanas. A este paso tendré que tirarme jarras de agua fría a la cara.

Además, no sé si os habéis percatado de que el despertador suena en el mejor momento del sueño. En el minuto justo en que ibas a descifrar una clave importantísima, trasladarte a una isla o reconocer a alguien.

Tras esta parrafada me voy a dormir para mañana procurar levantarme a las ocho y media para empezar a trabajar y ponerme en marcha.

P.D. Si alguien tiene la solución para no quedarme dormida por las mañanas, que ya soy una experta en la materia, que me informe. No quiero perder más horas de mi vida, aunque reconozco que dormir es un placer.

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